Sentada en el confortable plástico del asiento del inodoro, pienso, como si de una ufana revelación se tratase, y se me retuerce el corazón, me timbra la garganta, me arde el pecho, y un culero ardor me remueve toda la espina dorsal: jamás. En otro acto vandálico o valiente o pesimista, por nada del mundo permitiré que nada ni nadie me vuelva a dañar en esta improbable existencia. A punto de derramar un caudal, me aferro a mi amor propio, y dilucido que, hay personas dispuestas a hacerme más daño del que pueda imaginarme.
¿Por qué me duele tanto esa incapacidad de comunicar?
En este nuevo camino que emprendí hace algunos meses (el del feminismo), logré aprender que las relaciones no se forzan, lo que va a pasar, pasará, el amor no obliga, y el amor jamás te hará batallar, o sentir que vales menos. El amor es y será.