Le Petit Chaperon rouge | fin alternatif

Érase una vez una niña que vivía con su madre allá en el bosque. Como esta niña tenía una caperuza de color rojo, y no había lugar al que ella no fuera con este atuendo, todos en el pueblo la llamaban “Caperucita Roja”.Un día su madre la llamó y le pidió que llevara a su abuela una cesta con un queso, un pastel y una jarrita de miel.

- Caperucita, debes tener mucho cuidado. No puedes alejarte del sendero que lleva a casa de tu abuelita. No intentes ir por ningún atajo, ya que podrías perderte en el bosque.

- Así lo haré, mamá.

Y con éstas palabras, Caperucita Roja se marchó a casa de su abuelita, poniendo un trocito de papel secante en la punta de su lengua.

El largo camino a casa de la abuelita empezó a replegarse sobre si mismo. Los árboles poseían ramas como nariz y sus largas cabelleras ondeaban al viento mientras silbaban a los lobos que vinieran, que había una niña con una caperuza roja que llevaba una cestita con un queso, un pastel y una jarrita de miel a su abuela. Los lobos acudieron en manada y uno de ellos, vestido de smoking y fumando un cigarro le preguntó.

- Caperucita, ¿qué llevas en esta cestita?

- Un queso, un pastel y una jarrita de miel.


Una espiral multicolor giró en helicóptero el escenario del bosque. Una música inundó el campo de notas que brotaban del musgo y el camino, ahora ramificado en infinitas divisiones iluminaba cada paso que daba Caperucita como las baldosas de la pista central de Studio54 mientras sonaba BoneyM y su hit Daddy Cool.

Caperucita preguntó al licántropo cual era el camino y el lobo, gentil, indicó con su patita peluda ramificada en infinitas divisiones las infinitas divisiones del camino. De modo que Caperucita decidió atravesar el bosque multicolor lleno de seres primitivos en su estado inicial.

Para encontrar mejor el sendero que la llevaría directamente a casa de su abuela, Caperucita tomó otro papel de ácido que la teletransportó inmediatamente al pie de la cama de su abuelita.


- Abuelita, te he traído en esta cestita un queso, un pastel y una jarrita de miel.


Los ojos de la abuela de Caperucita empezaban a hincharse como globos y, con miedo de que le estallaran en la cara, le preguntó:


- Abuelita, ¡que ojos más grandes tienes!


- Son para verte mejor, hijita.


Junto a los ojos, la nariz también elástica, dilató sus ventas en una desproporción de crecimiento, abriendo cada verruga como un cráter de lava.


- Abuelita, ¡que nariz más grande tienes!


- Es para olerte mejor. ¿Te encuentras bien, Caperucita?


De pronto la abuelita se vio convertida en un horrible elfo, de orejas estiradas y lóbulos en punta, con cuernos de cabra y rabo de toro.


- Abuelita, ¡que orejas más grandes tienes!


- Son para oírte mejor. Tienes mala cara, pequeña. Estás sudando y, ¡Dios mío!, estás helada.


La abuelita escupió su dentadura postiza para dar cabida a dos grandes colmillos vampíricos ensangrentados, que nacían de la encía en carne viva, desencajando por completo la mandíbula.


- Abuelita, ¡qué dientes tan grandes tienes!


Caperucita ya sólo oía voces en eco que decían que eran para comerla mejor, mientras un cazador armado con un fonendoscopio la tumbaba en una camilla y la metía en la unidad móvil para llevarla cuanto antes a los servicios sanitarios de urgencia y, a ser posible, llegar antes de que entrara en coma.

No obstante, poco podría hacerse pues Caperucita tenía la base del cráneo destrozada tras caer de espaldas y golpearse repetitivamente la cabeza contra el suelo, en un ataque de violencia y autolesionamiento.



La muchacha se supo perdida.
Gritaba Caperucita
mientras la devoraba el lobo.
Bajo la falda del vestido
estallaron los dormidos
sueños que en la noche
la mantenian viva. Pobre Caperucita.







[The young photographer and his model, par Uladzimir Parfianok. From the series Persona non grata]

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