En muchas ocasiones, el amor es el acto más egoísta, el más vil y el que hace guardar más rencores. ¿Cómo puede ser que, dos personas que siempre estuvieron juntas, comieron juntas, se bañaron juntas, durmieron juntas, hicieron el amor más de un millón de veces, de un tiempo para acá, ni la palabra se dirijan? ¿Es tan fácil olvidar todos esos momentos y dejarlos de lado cuando estás con otra pareja?
¿Acaso los sentimientos pueden cambiarse en tan poco tiempo?
Depende del cristal con el que miras, todo es horrible o terriblemente bello.
Dice Bunbury en una canción... y sin embargo, percibo pocas cosas terriblemente bellas a pesar del cristal roto y vuelto a pegar, el cristal ahumado después de un incendio, el cristal opacado por actitudes que menoscaban la confianza, el cristal manchado, el cristal empañado. Repito, muy pocas cosas bellas.
Son cristales que permanecen en constante rencor, encajándose, esperando. Esperando en vano a alguien que los limpie, pula y ordene nuevamente. En vano, siempre.
Confianza.
Confianza.
Fe. Pero tenerla es nunca querer saber la verdad.
Un cambio, no promesas sin cumplir.
¡Qué dilema! Que Dios me ampare, aunque no exista.
De amor nadie se muere.
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