Memorias de una dama

No, no voy a hablar del libro en cuestión, el que obtuvo el premio Alfaguara 2009.

Limpiando los abanicos de techo de mi casa, recordé instintivamente, aquel candelabro que me encantaba (y sigue, aún) cuando niña. Se posaba osadamente sobre el techo de la antigua casa de mis abuelos.
Esta casa era mágica, con sus túneles y pasadizos, que juraba llevaban a algún sitio espectacular. Nunca lo comprobé, pero aún siguen esos pensamientos en mi mente.


El candelabro se situaba en el techo de la sala, donde también había una hermosa chimenea. Sobre la chimenea, serenamente estaba una gran caracola y como yo no conocía el mar en ese entonces, me emocionaba y me conformaba con pegarla a mi oreja y escuchar el suave revolotear del viento en los laberintos yacientes dentro de la caracola; tan grande era, que la debía tomar con mis dos manos.
A un lado de la caracola, el teléfono. Negro, de rueda y con un alambre toscamente enrollado. En la chimenea no había siquiera vestigios de cenizas: hacía mucho no se utilizaba.
Los sillones se encontraban mullidos, pues, si bien era la sala de estar, casi nunca se utilizaba.

El cuarto de mi abuela tenía un olor peculiar: árnica. Yo siempre me encontraba ávida, junto con mi prima, a querer esculcar su ropero (casi, casi como la canción) y poder obtener los tesoros que pudiesen estar ocultos dentro. Nunca lo logramos. Sin embargo, siempre sacábamos los colores de madera que se encontraban en el tocador. Claro, esta hazaña era lograda gracias a nuestras habilidades que cualquier agente secreto quisiera igualar: contorsionismo, que consistía en pararse de puntillas y/o entrar a gatas hacia la habitación.

El cuarto de mi tía (madre de mi prima) me dio siempre escalofríos. Era color verde aqua, y sólo recuerdo hasta ahí.

La casa era un lugar muy grande, mucho muy grande. Una de las zonas que más me gustaba, era el comedor y el corredizo que llegaba hasta la cocina. El comedor tenía dos puertas, una permanecía siempre inmóvil. Enseguida de esta puerta, estaba un cristalero, el cual ya no tenía cristales; en el codo de mi prima aun reverbera la cicatriz ocasionada por dichos cristales, inexistentes en ese momento.

Por el pasillo, estaba la cocina. Pequeña, pero muy cálida. A un lado de la estufa, había una puerta, la cual se dirigía nada más ni nada menos a uno de esos fantasiosos pasadizos, pero pronto descubrí que ese pasadizo llevaba a lo que hace muchos años fue una taquería "de la esquina".

El patio era grandísimo, a un costado, había una cancha, con sus canastas de baloncesto, y en la esquina del patio y el límite hacia la otra casa, había un pequeño cuarto de cuatro paredes. Nunca supe, ni sé, para qué era.
En el patio también había un jacalito, lleno de tantas cosas, muñecas, ropa, juguetes, y un largo etcétera. Sin duda alguna, el mejor atractivo del patio eran sus plantas. Mis ojos nunca habían conocido follaje de mejor verde, plantas tan exóticas y de tan vívidos colores, y cómo olvidar sus sabores.

La casa de mi abuela sigue tan presente en mi memoria y en mi corazón. Esa casa hoy que en día es un taller automotriz, ya no queda casi nada de lo que hace 20 años fue y de la cual se cobra una renta significativa que viene a dar a las manos de mi madre.

Mi abuela, poco recuerdo de ella. Lo que nunca olvidaré, es que yo fui quién avisó a mi madre de los estertores, de los gritos que ocasionaba su hondo dolor en el pecho, su jadeo acongojante, su llanto acompasado y casi sin aliento. Se la llevaron al hospital; cuando entré a la habitación donde ella estuvo por última vez (habitación en la que me encuentro ahora mismo) la recámara lucía sorprendente: Llena de luz, el sol se colaba por cualquier agujero que encontrase y el aroma era indescriptible, rosas, diría yo.
Fue muy extraño, jamás volví a reír con ella, a sentarme con ella, a platicar con ella. No volví a ver a mi madre cambiarle los vendajes del pecho o acomodarle una pashmina en la cabeza debido a su falta de cabello.

Era reconfortante tenerla en casa, pero estoy segura que partió a un mejor lugar, cualquier que éste sea.





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