La maldición de la ciclotímica

Hoy fue un mal día.
Soy impaciente.
Me duele la cabeza.



Me gustan las flores.
El viento tiene un olor distinto, ya no huele a sol.


-Factotum, ya lo terminé. Quiero Pulp.



Las "chispas" entre personas, la química, la "conexión", o es o no es, o la hay o no la hay, pero no aparece y luego se desvanece. Los que tienen química, esa clase de química que te hace abrir tu corazón a un pseudo-desconocido en cinco minutos, la tienen siempre y para siempre. Es algo que "está", que intuyes desde el minuto cero. Otra cosa es que en ciertos momentos la chispa brille con menos fuerza. Pero está ahí, aunque sea detrás de las nubes.

Pero a la química, que puede con casi todo, le hemos dejado demasiadas responsabilidades. Entre ellas, la de hacernos felices. Porque en el fondo, cargamos con el sueño infantil de que encontraremos la "conexión perfecta", la perfecta mitad para nuestra media naranja desolada. Y pensamos, eso nos hará felices. Condenadamente felices. Y estamos condenadamente equivocados. Y somos unos condenados egoistas.

Porque no pretendemos otra cosa que cargar con la tarea más dura de nuestras vidas -la de ser felices- a otro ser humano. Porque no somos capaces de pisar por este mundo con pasos seguros, paz y una sonrisa en la cara y pretendemos que otra persona nos de todo eso. Porque vamos por ahí, con nuestro vaso de vino medio vacío suspirando porque alguien lo llene y nos haga sentir bien.

Y no funciona así.

Por eso las personas perdidas nunca podremos amar. Porque el mundo más allá, el universo personal de quien tenemos en frente no se ve bien cuando en vez de mirarle a los ojos nos miramos al ombligo.

Porque el auténtico amor, me contaron a mí, es el de dos personas que tienen mucho que dar y nada que pedir al otro, porque fueron capaces de ser felices por sí mismas.

Y un día, en un bar, chocan sus vasos de vino bien llenos, hasta arriba. Y los cristales de las copas rompen, y se mezclan los vinos. Y entonces, solo entonces, los dos están borrachos de auténtico y verdadero amor.

La felicidad es una búsqueda personal de cada uno y no tiene nada que ver con el amor de verdad. Porque el amor de verdad es el premio. El premio a los que conquistaron su felicidad por sí mismos, y después, se atrevieron a compartirla.


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