No trates de volver, aunque te quedes

"...Algo en mis intestinos decía: Puede ser una relación tormentosa, ¡cuidado!, puede seducirte, puede hacerte gritar, puede sacarte todo lo que llevas dentro...."





El día que me la presentaron, dude en hablarle, dude en tocarla; morena, vestía roble claro, de baja estatura, caderona, soberbia pero ofrecida. Algo en mis intestinos decía: Puede ser una relación tormentosa, cuidado!, puede seducirte, puede hacerte gritar, puede sacarte todo lo que llevas dentro.


Corrí el riesgo, avizoré sus caderas como quien acecha a su presa. Me le acerqué, la subí arrebatadamente a mis piernas, su cintura en mi rodilla, la manoseé, recorrí todo su cuello hasta apretarla de donde se aprieta mejor.


La noté asustada, desconfiada, esa mezcla de desconfianza y amabilidad que provoca aún más. La acaricié con fuerza y le saqué con maña sus primeros reclamos, su resonancia, su primera voz, aguda, grave, como risotadas pero con llanto.


Mi torpeza fue la de un principiante con más ganas que atributos, habilidoso en los errores. Como el imbécil que quiere todo y no sabe por donde empezar. La maltraté, la mal besé, tantas veces, demasiadas diría yo, que ese mismo día, inesperadamente y frente a todos, se dejó querer, se aflojó, se embraciló, me cedió los derechos de la noche y desesperadamente me hizo eso que llaman el amor; me hizo suyo; sin el mínimo pudor, sin la mínima vergüenza. Todos fueron testigos o cómplices del escándalo, de las incomodidades de la primera vez, del flamante estallido, del inicio de una relación complicada, y sí, algo tormentosa, algo imperfecta y descuidada, pero de mutuo complemento, un amorío que empezó esa noche y continúa con sol o con luna, de ruidos pasionales y a deshoras, de alardes, de pregones, de achaques, de no dormir por las noches; de un pégame pero no me dejes. Que ahora más que nunca y después de algunas imprudencias, varios embarazos no planeados, de partos fallidos y después de mas de 50 hijos, nos seguimos abrazando, atrabancados, y contándonos nuestros mas indecibles secretos, y frente a todos, como aquel día en que me la presentaron, yo con mi encarnada locura cuerda y ella con su perfume a tronco barnizado y sus seis cuerdas locas, desquiciadas como quienes exigen ser reventadas de amor.


Ella, la irresistible caderona Antares, la mejor amante, soporte de mis borracheras, de mis injurias, de mis acordes sucios, de mis protestas y mis denuncias, la que me tira a loco pero me alivia, la que me aguanta todo menos mis inoportunos silencios, la que a veces detesto, la que amenazo con abandonar cuando me coquetea abiertamente otra preciosa de aparador, de vestido caoba, la tentación de las caderas nuevas. Pero sabe de sobra que siempre regresaré, arrepentido con mi canción entre las patas, y a sus irrenunciables caderas, a cantarle al oído: te aviso que me quedo.


Pancho Lorenz




Sin duda alguna, son fotos veladas después del adiós.
Remedos de otros tiempos.
Escarabajos en ámbar.
Ese lugar feliz al que no debo tratar de volver.
Mantener ese bello recuerdo.
Y morderme los ovarios.

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