Palabrería, gatos y jaulas.

"¡Me perteneces! Porque te amo..." "¿Estás loco? ¡Nadie pertenece a nadie!" "¡Sí lo hacen! Y eso es lo que te da miedo...". La bonita Audrey Hepburn sollozaba en mi pantalla encarnando a uno de sus personajes más célebres, Holly en "Breakfast at Tiffany's". Y yo, tirada en la cama, cubierta hasta los ojos con la manta, me veía a mí misma en aquél taxi, con aquel galán, experta como soy en firmar despedidas en vehículos diciendo entre mucha palabrería que ellos para mí no son suficiente, que quiero más, que quiero ser "libre", que necesito vivir más. Que soy como un animalito salvaje, como un gatito egoista, que quiere unas caricias, pero cuando las recibe anhela volver a su mundo imprevisible. Porque al minino le gustan los tejados y no quiere saber nada de La Jaula. Excepto cuando tiene miedo... cuando se siente solo...

Pero ahí estaba él, ese escritor ficticio gritándole a la diva en mi televisor que las personas sí se pertenecían unas a otras, que en esa entrega mútua residía mucha de nuestra felicidad. Que la que se presumía gata, la que se presumía libre, era más presa que ninguna porque era presa de sí misma.

En un flash minilesimal -no iba a permitir que durase más- me pasaron por la mente todos esos chicos que en un par de años picaron a mi puerta. Algunos de ellos, quizás, me quisieron un poquito. Otros no tuvieron ni oportunidad de intentarlo. No les dejé hacerlo. El final era invariablemente el mismo. A veces una triste despedida, lágrimas, las más un mensaje, o un vacío. Nada -no me enorgullezco de eso último-.

Hablándolo con una de las personas implicadas me dijo que sería una cuestión de madurez. Y yo pensé que no me conocía tanto como yo pensaba. Porque no era una cuestión de madurez. Él no era Paul, el atractivo escritor de Desayuno con Diamantes, él no sabía que lo que era, era una cuestión de libertad. Era una cuestión de huída, de huída de La Jaula. Y en esa huida, Holly y yo nos hicimos presas. Presas de los barrotes de nuestro miedo a ser apresadas. Sé que me equivoco. Pero no puedo cambiar. No quiero. No puedo. No sé.

Esto viene a que, me decidí por ver "New moon" (de la saga de Crepúsculo), la euforia entre los jóvenes y adolescentes, más dentro del sexo femenino.

A decir verdad, no he leído ninguno de estos libros (los de la saga), aunque estoy leyendo uno los best-sellers de la autora, se llama "El Huésped".

Bien, a lo que iba... la película me gustó, no es la innovación en efectos especiales, incluso, los actores que protagonizan la cinta me parecieron pésimos, pero la historia te envuelve, de tal manera que tu posición se coloca hacia uno de los dos lados: o el lobo o el vampiro. Yo me quedo con el lobo, pero esa ya es otra historia.

Las historias de amor me ponen cursi, tanto, que cuando salía una escena de un beso, yo anhelaba uno.
Sí, me siento como un gato con miedo, que desea entrar a la jaula, y ya quiero huir.


Mi deber, considero, será vivir sola por mucho, mucho tiempo.



[Yo he preferido hablar de cosas imposibles
porque de lo posible se sabe demasiado
]

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